Sobre mi espalda reposan brillantes las huellas de estas heridas que me mueven siempre hacia adelante.
Me pregunto tantas cosas:
¿Por qué el Dios en el que creo me ha escogido a mi?
¿A caso me ha dotado de alguna gracia reluciente entre los otros… ?
¿Dónde está el chiste; porque yo no lo veo?
Maldigo el día en que sus manos se cruzaron con mi sentir,
maldigo su sangre que es también la mía;
maldigo su nombre, aunque ya difunto lloré su muerte…
Maldito a mi padre, hijo del que verdaderamente lo fue…
Fe, divinidad invisible y poderosa.
Amuleto de ciegos cogidos a las enaguas de Dios en un amanecer áspero.
¿Debo entonces llamarme bendecida por haber surcado las entrañas de aquel fétido infierno?
¿Debo entonces darte gracias por haber moldeado mi carácter; suplicando infinidad de veces la muerte de mis sentidos, masacrados una y otra vez por los puños de ese infeliz?
A falta de tu piedad celeste, me gusta pensar que tu silencio supone que me he ganado una silla a tu diestra; y que estas marcas son trofeos de una guerra ganada de punta a punta.
Porque tú lo sabes, se dice que los sabes todo, pero, a pesar de los años, estas cicatrices siguen doliendo…
Imposible que haya algo de victoria en medio de tanta miseria.
Herencia son las queloides de falso encanto que visten mi negra piel…
Aquí está mi cuerpo después de mil tormentas, reaventándose de cara al sol.
Aquí está mi voz rasgada, entonando la canción de la alegría, como quien pierde a su madre bendita y se suicida con licor de azufre en plena misa…
Aquí estoy, abierta de par en par, creyendo estar muerta ante el fuego que abraza inclemente la cara de mis adentros, como el golpe de un despertar infausto…
Esta vida y sus misterios crueles parece estar escrita por un desalmado.
Si Cristo murió por mis pecados.
Entonces:
¿Ser puta es una fiesta?
¿ser ladrón un reventón?
¿Y… esto de ser negro, será que aún está por definirse…?
Lo pregunto porque el sufrimiento ya ha sido demasiado; para mí, y también para mis hermanos…
Solo entiende de dolores quien habla desde las entrañas de un cuajo color sangre, convertido por consuelo en lágrimas de color oro…
¿no lo has entendido verdad?
No te aflijas, quizá lo hagas luego …